El miedo es una emoción que los animales experimentamos como resultado de la percepción de un peligro o amenaza y que forma parte del reducido grupo de emociones que se pueden considerar innatas y necesarias para nuestra supervivencia.

Las serpientes venenosas han constituido un peligro fundamental para nuestros ancestros primates durante los millones de años que han coexistido, hecho que probablemente ha causado la selección de mecanismos para la rápida detección y respuesta ante estas amenazas en primates. Así, hace pocos años se descubrieron unas neuronas en el sistema visual de macacos que responden de manera preferente a fotografías de serpientes.

Estas neuronas se encuentran en el núcleo pulvinar del tálamo, conectado con la amígdala, centro clave del cerebro emocional.

En los seres humanos, resulta muy complicado discernir qué es aprendido y qué es innato de nuestros comportamientos. Pese a esto, según estudios recientes, el rechazo (o en algunos casos la fobia) que las serpientes generan en la mayoría de adultos humanos podría ser uno de los únicos instintos que conservamos y que hemos heredado de nuestros ancestros.

Esto se deriva de la observación del tiempo durante el que bebés –tanto pequeños como de entre cinco y seis meses– fijan la mirada sobre imágenes de serpientes, así como del grado de dilatación de la pupila que estas imágenes generan (hecho este que se correlaciona con una respuesta del sistema noradrenérgido). Pero esta respuesta atencional no necesariamente se traduce en miedo; lo que parece es que nuestros cerebros están preparados para responder de manera rápida a estímulos potencialmente peligrosos y que, además, estos estímulos son más eficaces para inducir un miedo condicionado.

 

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